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"...Es legítimo pensar que
verosímilmente Jesús Resucitado se apareció a su Madre en primer
lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba
se dirigieron al sepulcro (ver Mc 16,1; Mt 28,1), ¿no podría
constituir un indicio del hecho de que Ella ya se había encontrado con Jesús?
Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras
testigos de la Resurrección, por Voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las
cuales permanecieron fieles al pie de la Cruz y,
por tanto, más firmes en la fe..."
San
Juan Pablo II. 21 de mayo de 1997
EL CAMINO DE MARÍA
Edición especial
Domingo 4 de abril de 2021
PASCUA DE RESURRECCIÓN

EL SEPULCRO
VACÍO Y EL
ENCUENTRO CON CRISTO RESUCITADO
"...La profesión de
fe que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo 'al tercer día resucitó de
entre los muertos', se basa en los textos evangélicos
que, a su vez, nos transmiten y hacen conocer la primera
predicación de los Apóstoles. De estas fuentes resulta
que la fe en la Resurrección es, desde el comienzo, una
convicción basada en un hecho, en un acontecimiento real, y
no un mito o una 'concepción', una idea inventada por los
Apóstoles o producida por la comunidad post-pascual reunida
en torno a los Apóstoles en Jerusalén, para superar junto
con ellos el sentido de desilusión consiguiente a la muerte
de Cristo en Cruz. De los textos resulta todo lo
contrario y por ello, como he dicho, tal hipótesis es
también crítica e históricamente insostenible.
Los Apóstoles
y los discípulos no inventaron la Resurrección (y es fácil
comprender que eran totalmente incapaces de una acción
semejante). No hay rastros de una exaltación personal suya o
de grupo, que les haya llevado a conjeturar un
acontecimiento deseado y esperado y a proyectarlo en la
opinión y en la creencia común como real, casi por contraste
y como compensación de la desilusión padecida. No hay huella
de un proceso creativo de orden
psicológico-sociológico-literario ni siquiera en la
comunidad primitiva o en los autores de los primeros siglos.
Los Apóstoles fueron los primeros que creyeron, no sin
fuertes resistencias, que Cristo había resucitado
simplemente porque vivieron la Resurrección como un
acontecimiento real del que pudieron convencerse
personalmente al encontrarse varias veces con Cristo
nuevamente vivo, a lo largo de cuarenta días. Las
sucesivas generaciones cristianas aceptaron aquel
testimonio, fiándose de los Apóstoles y de los demás
discípulos como testigos creíbles. La fe cristiana en la
Resurrección de Cristo está ligada, pues, a un hecho, que
tiene una dimensión histórica precisa..."
San Juan Pablo II. 1 de febrero de 1989
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LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
Al tercer día después de su muerte,
Cristo resucitó glorioso de entre los muertos.
En razón de la unión hipostática
Cristo resucitó por su propia virtud. A esta
virtud se unió la común participación del Padre
y del Espíritu Santo. La divinidad de Cristo fue
causa de la resurrección de su cuerpo y de su
alma. Es cuestión de intrincada hermenéutica
establecer el alcance de las Escrituras que dice
a menudo que Cristo fue resucitado por Dios o
por el Padre (Act. 2, 24, Gal. 1, I).
Los negadores de la resurrección de
Cristo son negadores de la fe. Y la resurrección
es el centro de la predicación de los apóstoles.
El cuerpo de Cristo estaba
glorificado como surge de sus apariciones por no
encontrar barreras en el tiempo ni en el
espacio.
La resurrección no fue la causa
meritoria de la redención como lo fue la muerte
en la Cruz. Empero integra la redención pues es
la victoria sobre la muerte (Rom. 4, 25, Pont.
Univ. Gregoriana, Christus victor mortis,
Roma, 1958, (Greg. 39 [1958] 201-524. C.M.
Martini, Il problema storico della
resurrezione negli studi recenti, Roma 1959.
Leamos y meditemos el pregón pascual. Cristo
resucitó. Si meditamos las apariciones del
Señor, encontramos una mezcla de aparecer y
desaparecer misteriosa. Se aparece pero también
se oculta, parece esconderse, no lo vemos del
“todo”. No lo vemos como antes viviendo “como
nosotros”. Ahora, resucitado, no vive como
nosotros. Parece tener aspectos fantasmagóricos,
para algunos incrédulos, legendario (von
Balthasar, Teologia dei tre giorni, cit.
p. 224-227).
Pero
hay un punto radical. Es este: El Hijo, según
las claras afirmaciones de las Escrituras, no
“resucita dentro de la historia” (Koch, seguido
por Moltmann y citado por von Balthasar, 227).
Se despide escondiéndose en el Padre. El
Resucitado no se ha manifestado, como antes, “a
todo el pueblo, sino sólo a testigos preselectos
por El” (At. 10,41).
¿Pero
cómo aceptar que no resucita dentro de la
historia? (Koch). Lo que vemos es que resucita
en parte también para la historia. Confirma las
escrituras. Da la misión en la historia. Envía a
sus discípulos con todo poder, con la palabra y
los sacramentos. Véase esta afirmación
portentosa y escalofriante: “Como el Padre me ha
mandado a mí, así Yo os mando a vosotros” (Juan
20, 21). Es verdad que es una analogía. Pero
¡qué fuerte! Con el mismo mandato. ¡Ir a la
misma misión de Cristo!
Recién
ahora podemos entender o barruntar, nuestra
participación en la Cruz de Cristo.
Diríamos
que la Resurrección toca profundamente la
historia humana, pero la trasciende, porque
tiene su sede en el Padre.
En el
misterio de la Resurrección está el misterio de
la Iglesia. “El que creyere se salvará”.
Sumergidos en la profundidad del misterio de la
Iglesia, sólo Dios sabe quien se salva. (Antonio
Boggiano "El Amor que es ser amado. Theologia
Crucis et Gloriae", 48)
LA MADRE DEL REDENTOR
Y LA
CRUZ DE CRISTO
Nadie tanto como María Santísima
participó en la Cruz de su Hijo. Podríamos decir
concisamente que por ser su madre, la Cruz de su
Hijo fue su Cruz.
Cuando nos referimos a la Cruz de
María Santísima deberíamos distinguirla de los
pesares, dolores, incomodidades, viajes y
peligros que sufrió. Su Cruz está en la material
comunión con la Cruz de su Hijo, por lo cual fue
Santísima Corredentora, no igual a su Hijo en la
redención, sino la Madre que estuvo junto a su
Hijo al pie de la Cruz padeciendo indecible
dolor asociada a nuestro Redentor (“Alma
Redemptoris nostri socia”) Sin embargo,
Cristo ofreció El sólo el sacrificio expiatorio
de la Cruz.
María estaba al pie de la Cruz.
“Mujer he ahí a tu hijo…He ahí a tu Madre”
(Juan 19, 26s.). La interpretación conforme a la
Voluntad de Cristo en la Cruz, no literal, debe
armonizarse con la muy antigua tradición
cristiana, independiente de la interpretación
de Juan 19, 26, que, al menos desde Orígenes, ve
en María la Madre del cristiano perfecto (Com.
in Ioan, I 4, 23).
Pienso que si la redención es
universal, la corredención de María también lo
es. Como corredentora es Madre Nuestra, de todos
los redimidos, es decir, de todos los hombres.
(Antonio
Boggiano, "El Amor que es ser amado.
Theologia Crucis et Gloriae", 49)
http://www.virgofidelis.info/Teologia.de.la.Cruz/
MARÍA SANTÍSIMA
Y LA RESURRECCIÓN DE LA CRISTO
San
Juan Pablo II. 21 de mayo de 1997
Después
de que Jesús es colocado en
el sepulcro, María «es la
única que mantiene viva la
llama de la fe, preparándose
para acoger el anuncio
gozoso y sorprendente de la
Resurrección» (Catequesis
durante la audiencia general
del 3 de abril de 1996,
n. 2).
La espera
que vive la Madre del Señor
el Sábado santo constituye
uno de los momentos más
altos de su fe: en la
oscuridad que envuelve el
universo, Ella confía
plenamente en el Dios de la
vida y, recordando las
palabras de su Hijo, espera
la realización plena de las
promesas divinas.
Los
Evangelios refieren varias
apariciones del Resucitado,
pero no hablan del encuentro
de Jesús con su Madre.
Este silencio no debe
llevarnos a concluir que,
después de su Resurrección,
Cristo no se apareció a
María; al contrario, nos
invita a tratar de descubrir
los motivos por los cuales
los evangelistas no lo
refieren.
Suponiendo que se trata de
una «omisión», se
podría atribuir al hecho de
que todo lo que es necesario
para nuestro conocimiento
salvífico se encomendó a la
palabra de «testigos
escogidos por Dios» (Hch
10, 41), es decir, a los
Apóstoles, los cuales
«con gran poder» (Hch
4, 33) dieron testimonio
de la Resurrección del Señor
Jesús. Antes que a ellos, el
Resucitado se apareció a
algunas mujeres fieles, por
su función eclesial: «Id,
avisad a mis hermanos que
vayan a Galilea; allí me
verán» (Mt
28, 10).
Si los
autores del Nuevo Testamento
no hablan del encuentro de
Jesús Resucitado con su
Madre, tal vez se debe
atribuir al hecho de que los
que negaban la Resurrección
del Señor podrían haber
considerado ese testimonio
demasiado interesado y, por
consiguiente, no digno de
fe.
2. Los
Evangelios, además, refieren
sólo unas cuantas
apariciones de Jesús
Resucitado, y ciertamente no
pretenden hacer una crónica
completa de todo lo que
sucedió durante los cuarenta
días después de la Pascua.
San Pablo recuerda una
aparición «a más de
quinientos hermanos a la
vez» (1 Co 15,
6). ¿Cómo justificar que un
hecho conocido por muchos no
sea referido por los
evangelistas, a pesar de su
carácter excepcional? Es
signo evidente de que otras
apariciones del Resucitado,
aun siendo consideradas
hechos reales y notorios, no
quedaron recogidas.
¿Cómo
podría la Virgen, presente
en la primera comunidad de
los discípulos (cf. Hch
1, 14), haber sido
excluida del número de los
que se encontraron con su
divino Hijo Resucitado de
entre los muertos?
3. Más
aún, es legítimo pensar
que verosímilmente Jesús
Resucitado se apareció a su
Madre en primer lugar.
La ausencia de María del
grupo de las mujeres que al
alba se dirigieron al
Sepulcro (cf. Mc 16,
1; Mt 28, 1), ¿no
podría constituir un indicio
del hecho de que Ella ya se
había encontrado con Jesús?
Esta deducción quedaría
confirmada también por el
dato de que las primeras
testigos de la Resurrección,
por Voluntad de Jesús,
fueron las mujeres, las
cuales permanecieron fieles
al pie de la Cruz y, por
tanto, más firmes en la fe.
En
efecto, a una de ellas,
María Magdalena, el
Resucitado le encomienda el
mensaje que debía transmitir
a los Apóstoles (cf. Jn
20, 17-18). Tal vez,
también este dato permite
pensar que Jesús se apareció
primero a su Madre, pues
Ella fue la más fiel y en la
prueba conservó íntegra su
fe.
Por
último, el carácter único y
especial de la presencia de
la Virgen en el Calvario y
su perfecta unión con su
Hijo en el sufrimiento de la
Cruz, parecen postular su
participación
particularísima en el
misterio de la Resurrección.
Un
autor del siglo V, Sedulio,
sostiene que Cristo se
manifestó en el esplendor de
la vida resucitada ante todo
a su Madre. En efecto,
Ella, que en la Anunciación
fue el camino de su ingreso
en el mundo, estaba llamada
a difundir la maravillosa
noticia de la Resurrección,
para anunciar su gloriosa
venida. Así inundada por la
gloria del Resucitado, ella
anticipa el «resplandor»
de la Iglesia (cf. Sedulio,
Carmen pascale, 5,
357-364: CSEL 10, 140
s).
4. Por
ser imagen y modelo de la
Iglesia, que espera al
Resucitado y que en el grupo
de los discípulos se
encuentra con Él durante las
apariciones pascuales,
parece razonable pensar que
María mantuvo un contacto
personal con su Hijo
resucitado, para gozar
también Ella de la plenitud
de la alegría pascual.
La Virgen
Santísima, presente en el
Calvario durante el Viernes
santo (cf. Jn 19, 25)
y en el cenáculo en
Pentecostés (cf. Hch
1, 14), fue probablemente
Testigo privilegiada también
de la Resurrección de
Cristo, completando así su
participación en todos los
momentos esenciales del
misterio pascual. María, al
acoger a Cristo Resucitado,
es también signo y
anticipación de la
humanidad, que espera lograr
su plena realización
mediante la resurrección de
los muertos.
En el
tiempo pascual la comunidad
cristiana, dirigiéndose a la
Madre del Señor, la invita a
alegrarse: «Regina caeli,
laetare. Alleluia». «¡Reina
del cielo, alégrate.
Aleluya!». Así recuerda
el gozo de María por la
Resurrección de Jesús,
prolongando en el tiempo el
«¡Alégrate!» que le
dirigió el ángel en la
Anunciación, para que se
convirtiera en «causa de
alegría» para la
humanidad entera.
 "Es la
Hora de Dios"
"Y en
la hora en que Dios baja a
la batalla,
hay que dejarlo
hacer"
El Papa Francisco, expresó
al concluir su
homilía del Domingo de Ramos
las siguientes palabras que
contienen importantes
definiciones por parte de
quien hoy es el Vicario de
Cristo y Pastor de toda la
Iglesia:
"...El silencio de Jesús en
su Pasión es impresionante.
Vence también a la tentación
de responder, de ser
“mediático”. En los momentos
de oscuridad y de gran
tribulación hay que callar,
tener el valor de callar,
siempre que sea un callar
manso y no rencoroso. La
mansedumbre del silencio
hará que parezcamos aún más
débiles, más humillados, y
entonces el demonio,
animándose, saldrá a la luz.
Será necesario resistirlo en
silencio, “manteniendo la
posición”, pero con la misma
actitud que Jesús. Él sabe
que la guerra es entre Dios
y el Príncipe de este mundo,
y que no se trata de poner
la mano en la espada, sino
de mantener la calma, firmes
en la fe.
Es la Hora de Dios. Y en
la Hora en que Dios baja a
la batalla, hay que dejarlo
hacer.
Nuestro puesto seguro estará
bajo el manto de la Santa
Madre de Dios.
Y mientras esperamos que el
Señor venga y calme la
tormenta (cf. Mc 4,37-41),
con nuestro silencioso
testimonio en oración, nos
damos a nosotros mismos y a
los demás razón de nuestra
esperanza (cf. 1 P 3,15).
Esto nos ayudará a vivir en
la santa tensión entre la
memoria de las promesas, la
realidad del ensañamiento
presente en la cruz y la
esperanza de la
resurrección."
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2019/documents/papa-francesco_20190414_omelia-palme.html

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